26 diciembre 2014

PARANOIA

                   


Debe pensar que no me doy cuenta, pero sé que detrás de esas oscuras gafas, no ha dejado de mirarme un solo instante. Alguna que otra vez agacha la cabeza para acomodar un porta instrumento que lleva sobre sus piernas. Un violín, imagino…de tanto trabajar con músicos, puedo asegurar que se trata de un violín.

Rara vez la suerte me acompaña y logro viajar sentada en el subte, aunque a esta hora, era lo más factible. No hay caso…será porque es el último servicio del día. La gente me va desplazando cada vez más para el rincón del vagón, quedando aprisionada entre la puerta que une uno con otro y donde un grupo de chiquilinas, no cesa de cantar y mostrarse los mensajitos de texto de sus celulares. Pero él está ahí, lo siento aunque mire por las oscuras ventanillas y trate de ignorarlo.

No tengo manera de ocultar las cadenitas doradas de mi cuello, que aunque son de fantasía, nadie lo sabe. Con mucho disimulo me quito el reloj, mientras finjo que acomodo algo dentro de mi bolso. El tren se detiene, pocos bajan y siguen subiendo pasajeros. Me doy cuenta que la manifestación de Plaza de Mayo debió haberse desconcentrado en no más de media hora. Entonces, comprendo el aglutinamiento inusual del subterráneo, la multitud que empuja por no quedar en el andén, el olor a transpiración, a perfume barato, a humo. Niños que lloran, madres de pié y él, muy cómodo, sentadito y observándome el señor! Entre los huecos de cada movimiento, ahí sigue, mirándome con su rostro oscuro, el cabello atado en la nuca, la camisa gastada, las manos pálidas y finas como las de un cadáver. Claro que puede llevar un arma en ese roído maletín de artista callejero. De no ser porque estamos en el 2013, diría que camufla una ametralladora.


Las ruidosas jóvenes bajan todas juntas y con ellas, más de la mitad del vagón. No importa, respiro profundo y aguanto el terror que me causa aquellos ojos escondidos tras tan oscuros vidrios. La gente se va acercando a la puerta de salida, en pocos minutos, yo también bajaré del tren y correré hasta la parada del colectivo. Sin soltar el pasamano, busco monedas en mi cartera, para no exponerme en la calle. Las aprisiono con todas mis fuerzas, sin saber cuantas he recogido. Dios! Me uno a los viajeros que están por bajar, mientras él se incorpora parándose detrás de mí.


Comienza el espantoso chillido de los frenos de la locomotora y aparecen las primeras luces del túnel. Falta poco, falta poco, repito con mi mente y no dejo de sudar. Siento su aliento en mi cuello, su cuerpo tambaleante rebotar contra el mío. Busco un rostro en mi entorno y pareciera que nadie mira otra cosa que dos puertas que se abren lentamente en medio de una bocanada de aire fresco que los extrae hacia la libertad. Saco un pie del tren, tan solo un pie y siento que me toma del hombro. Dios! grita mi mente y giro para verlo a tan solo 20cms de mi pánico. Tengo ganas de empujarlo hacia el interior y estoy paralizada. Quiero golpearlo y no puedo mover los brazos. La gente me lleva por delante, se aleja, las puertas de la formación vuelven a cerrarse, trato de despegar mis labios para pedir auxilio y es ahora escucho su voz – Alguien puede ayudarme? Soy no vidente…- Con el violín debajo del brazo, abre lentamente un blanco bastón plegable y sonríe apacible, en señal de agradecimiento.



Rita Mercedes Chio - Argentina
D. Reservados 

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