31 mayo 2014

Carta de un campanero a Dios

Soy el viejo y sordo campanero de esta Basílica donde ambos moramos.
Hace más de cincuenta años que mi humilde osamenta, mece como péndulo, de las sogas que cuelgan en los viejos badajos. Gargantas que se abren en un canto convocador y viajan ilusas en los brazos del viento. Soy el descendiente de aquel cuasimodo legendario y heredero de pasadizos secretos, húmedos corredores y banquetes de incienso y velas. Habitante sigiloso de un silencio irremediable y eterno. Nada puedo oír Señor...si hasta mi nombre he olvidado por no escucharlo jamás; pero sí puedo escuchar Señor, mis propios pesares y los pesares que se dibujan en los rostros desorientados que se elevan ante la Cruz de tu hijo. Qué solo me siento señor... Por más que me esfuerce, ya nadie escucha mis campanas
Cuando llega la tarde, solo las palomas del barrio regresan a hacerme compañía. Dorado y tibio el resplandor de los bronces en mi torre blanca. Si nada altera esta rutina, anochece último en lo alto de mi morada. Hasta suelo imaginar que los campanarios lejanos, intentan dialogar entre sí con el pesado idioma de los metales, como ángeles intercambiando destellos de luz, en un juego mágico y celestial. Silencio en los recovecos oscuros de la cúpula. Silencio en el sacro recinto de mi Señor. Solo la ternura de algunos labios murmurando una oración puede, de vez en cuando, regalarme un vestigio de fe. Qué puedo hacer Señor para que escuchen mis campanas. A veces pienso, Señor, que ellas están tan cansadas como yo y no puedo darme cuenta...


Rita Mercedes Chio Isoird
D. Reservados

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