04 junio 2014

CARTA DEL MÁS ALLÁ

Con la ilusión que sea la última de sus mudanzas, introdujo la llave en la dorada cerradura, reluciente y dócil como recién instalada. Bisbiseo la puerta en el breve trayecto de la bienvenida, cuando Susan y el sol, entraron juntos a la nueva casa, sin cortinas, recientemente empapelada, emanando el clásico aroma de la cera todavía sin absorber.
Solo un cuarto estaba en orden, listo para ser usado, refugio y descanso de próximos días de trabajo, decoración, felices ideas para estrenar sin más que sus propias convicciones y buen gusto.
La dichosa propietaria, puso a prueba las escaleras de madera, los cerrojos de cada puerta, las perillas de luz y cada uno de los grifos. Todo estaba perfecto, tan perfecto que brindó a solas, con una lata de cerveza y fumó serena mirando por la ventana, su nuevo barrio saturado de acacias en flor, en las afueras de la gran ciudad.
Al día siguiente, despertó muy temprano ansiosa por ordenar las cajas, hacer llamadas telefónicas, encargar la blanca tela para los ventanales de dos hojas y finos vidrios esmerilados. “Mucho por hacer” pensó, mientras por debajo de la puerta frontal, un sobre amarillento, se deslizó mudo hasta sus pies. Lo tomó en sus manos y al instante corrió al porche para encontrar al carteo. Ya no había nadie.
Srta. Alice B Morgan – Su correcta dirección y un extraño sello vietnamita fechado en
1974. Remitente: George Richard Smith, 7º Regimiento de Caballería de los Estados Unidos de Norte América.
Perpleja corrió en busca de la flamante escritura que aun yacía sobre un espacio limitado de la chimenea. No se trataba de la anterior dueña de la casa, al menos ese apellido no figuraba en las actas de compra venta.

Se abrigó, caminó hasta la oficina postal más cercana e intentó encontrar una respuesta. La sonrisa del empleado del correo le dio ánimo para enfrentar tan misteriosa situación.
-Vea señorita…estas cartas hace más de 20 años que llegan a su nuevo domicilio, pero es la primera vez que alguien viene a devolverlas.
- No… - Respondió Susan – No vengo a devolverla. Sólo quiero saber si han conocido a la señorita Alice Morgan o donde puedo saber de ella.
- Es extraño…- Afirmó el señor mayor desde su minúscula ventanilla – Aquí es toda una leyenda, el tema de esas cartas. Debieron avisarle al menos…Nosotros no podemos hacer otra cosa que entregarlas. Nunca conocimos a la tal Alice. De todos modos, esta sucursal, es relativamente nueva para el caso…Puede Ud averiguar con los ancianos del barrio, correrá con más suerte. Lo siento.
Susan dejó pasar varios días, aprovechando al máximo sus vacaciones para terminar los arreglos pendientes de la nueva casa, no sin dejar de pensar en aquella carta, que jamás se atrevió a abrir. 20 años no daban chance alguna para poner luz sobre tanto desencuentro. La guerra había terminado, los hippies y sus protestas, de alguna manera también y allí estaba ella con un retazo del pasado entre sus manos. Un pasado de amor, concluyó. Una historia que se niega a ser olvidada y supera todas las dimensiones posibles y conocidas.
Lejos de asustarse, continuó con la búsqueda en registros de personas, iglesias, alcaldías y al fin de tanto empeño, la aciagota noticia algo sospechada: Alice Morgan, fallecida el 30 de diciembre de 1978, cuyos restos descansan en el cementerio de esa localidad. “Pudieron haberlo previsto” concluyó. “Posiblemente a nadie le importa sumergirse en las manifestaciones inexplicables, de seres que trascienden la vida con la fuerza de un amor indestructible” Susan lloró en medio de la dicha de su presente próspero y abundante.

Caminó a paso lento por entre las tumbas, muchas de ellas olvidadas, mohosas, grises…
Como un perro solitario, amoroso belfo en busca del encuentro tan deseado. Un rostro joven, sonriente, la esperaba como novia adolescente. Se arrodilló calma y releyó su nombre. Limpió con el dorso de la mano, aquella mirada inocente y depositó la carta a los

pies del mármol grabado.
“Misión cumplida”
Susan, hasta el día de hoy, no ha recibido una sola misiva de aquel soldado perdido para siempre entre el amor y el deber. Ellos se han reencontrado en el espacio fugaz que deja la muerte, cuando dos almas insisten en pedir ayuda.
Su casa es bella, eco de risas infantiles, una familia maravillosa y nunca se le hubiese cruzado por la mente, mentir para venderla, huir de ciertas realidades que demandan, simplemente un momento de tu generosa vida.

Rita Mercedes Chio
(Derechos reservados)

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